LA NUBECILLA (por Leena Kokkonen)
Había
una vez un gran cuadro que un joven artista acababa de pintar. Representaba hombres vestidos en paños
drapeados apoyados en columnas quebradas y detrás de ellos había un paisaje
oscuro con ruinas de acueductos y unos árboles en fila. En el cielo había varias nubes y con la última pincelada con el color blanco que sobraba en la paleta, el joven había
dado vida a una pequeña nubecilla, casi un extraño en la solemnidad de la
imagen. Era una nubecilla recién nacida muy
vivaz así que tenía curiosidad de conocer si el mundo que estaba fuera era semejante
al cuadro. Eludendo la atención del joven se desprendió de la tela y salió al
aire libre. En eso el sol le cegó la vista pero estaba listo a iniciar su aventura. Era muy ligero y suave como la espuma del
champú y de pronto un soplo del viento lo llevó hacia afuera. Hizo muchas volteretas en el aire hasta que pudo mirarse en torno. Luego vió abajo
una llanura rodeada de montañas donde latía la vida. En las praderas pacían
vacas, caballos y ovejas. Una carretera
atravesaba el pequeño pueblo en el cual las casitas blancas estaban situadas a
lo largo de ésta, unas a la izquierda, otros a la derecha. En torno a las
casitas se veían jardines con flores y árboles frutales. En la hondanada había un lago con veleros y
botes de remos. En las orillas unos
muchachos estaban tendidos para
broncearse mientras otros se bañaban en el agua. De vez en cuando de las
casitas salían hombres y mujeres, todos con vestidos muy diferentes de los
que el joven artista había cubierto sus personajes. También todo lo que veía era diferente de la
sombría atmósfera del cuadro. “Quisiera pararme aquí” dijo la nubecilla al
viento que lo mecía en el aire. “Si no vuelvo, el pintor es capaz de cubrir
la mancha que dejé con otra pincelada, ¿vale?"
!Nunca lo habría dicho! Detrás de la sierra estaba acercándose un
negro nubarrón tan grande que oscurecía el cielo.
La pequeña nubecilla no podía moverse. El soplido
del viento se había sosegado y el nubarrón se acercaba. No existía
posibilidad de fuga. Luego, de
repente un fuerte relámpago y el trueno que lo acompañaba lo asustaron tanto
que creyó perder el sentido y empezó a gritar “¡Socorro!. ¡Ayudadme !,quiero
regresar a casa” repitiéndolo muchas veces.
Finalmente el viento de la sierra le oyó y con un fuerto soplido le hizo volar
hasta el estudio del
joven
artista y así la nubecilla volvió a pegarse sobre la
tela sin que nadie se diera cuenta de su ausencia.
El
cuadro fue llevado a una galería de arte mientras el joven se hacía ilusiones de
un buen éxito. Sin embargo su cuadro siguió colgado por mucho tempo sin encontrar
quién lo comprara. Por fin fue puesto en el desván entre otras pinturas. “No veo nada. Tengo que salir al cielo” gemía la nubecilla antes de que se quedara sofocada por un gran cuadro lleno de polvo decimonónico.
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